
Cómo usar el magnesio para frenar tu envejecimiento
No es un suplemento de moda: el magnesio impacta en tu energía, tu ADN y la salud de tus arterias.
Escuchás hablar del magnesio por todos lados: para dormir mejor, para la constipación, para la salud cardiovascular y para mil cosas más. Sin embargo, nunca se menciona uno de sus efectos más importantes: cómo este mineral puede impactar en tu envejecimiento y ayudarte a no envejecer de manera prematura.
En este artículo vas a entender por qué el magnesio frena varios de los mecanismos que nos llevan a envejecer, cómo asegurarte de que estás consumiendo la cantidad de magnesio suficiente, qué hacer si no alcanzás esa cifra y qué formulaciones de magnesio tienen más sentido según cada objetivo, porque no todas las sales de magnesio funcionan igual, ni sirven para lo mismo.
Longevidad no es estética: es salud que dura más
El mundo envejece, y no me refiero solo a vos o a mí, sino al promedio de edad de la población: cada vez hay menos personas jóvenes, sanas y productivas, y cada vez hay más adultos mayores con problemas de salud asociados a la vejez. Hablar de longevidad no es hablar de “anti-age” ni de cosmética: es posponer la aparición de enfermedades y vivir más años sano.
Quienes elegimos longevidad como enfoque lo hacemos porque es la manera más íntegra de pensar la salud en general: si frenás los mecanismos que aceleran tu envejecimiento, cuidás todo lo demás.
El rol del magnesio en procesos que se desgastan con la edad
El magnesio participa en la reparación del ADN, en su transcripción hacia las proteínas que necesitás, en la síntesis de ATP y la producción de energía, e incluso en la formación ósea para mantener tu densidad con el paso del tiempo. Cuando estos procesos fallan, el envejecimiento se acelera; cuando están bien soportados, esa velocidad baja. Por eso un déficit de magnesio puede empujarte a envejecer más rápido, mientras que alcanzar una cantidad adecuada ayuda a frenar el desgaste.
Por qué el déficit de magnesio es tan común (y a veces ni lo notás)
La primera razón es el bajo consumo real: el promedio de consumo suelen quedar por debajo del mínimo. Y “mínimo” no es “óptimo”: el mínimo solo reduce el riesgo de enfermedad por déficit; el óptimo probablemente sea aún más alto. Si no tenés acceso a laboratorio o análisis de sangre, una manera simple de orientarte es estimar lo que comés (por ejemplo, registrando tus comidas con fotos) para ver si alcanzás ese mínimo de magnesio que te va a mantener sano, de manera diaria, semanal o mensual, antes de pensar en suplementarte.
La segunda razón es que hay déficits leves y asintomáticos. Podés no darte cuenta: tal vez dormís un poco peor, estás más irritable, se te acalambran los músculos o te cuesta manejar el estrés, y sin embargo seguís sin corregir algo de base.
La tercera razón es la mala absorción o la pérdida aumentada: diuréticos, omeprazol y otros antiácidos, ciertos tratamientos como la quimioterapia o simplemente un episodio de diarrea (por celiaquía, por haber comido mal o por exceso de alcohol) pueden hacer que absorbas menos magnesio, igual que absorbés menos calorías cuando tenés diarrea y bajás de peso.
La cuarta razón es un déficit intracelular “oculto”. Aun con un consumo correcto y un magnesio en sangre normal, podés tener deficiencia dentro de las células, que es donde realmente importa. Si podés, medí RBC magnesio (magnesio en glóbulos rojos); si no, asegurate de superar el valor mínimo recomendado en tu ingesta diaria a lo largo de las semanas.
La quinta razón es que consumimos factores que impiden aprovecharlo incluso sin tener problemas intestinales: muchos ultraprocesados, calcio tomado junto al magnesio (compiten por absorción, por eso conviene separarlos), alcohol, gaseosas o bebidas dulces y café cerca del consumo de magnesio reducen la fracción que llega a la sangre. Si cumplís con 400 mg de magnesio, pero los mezclás con esos elementos, vas a desaprovechar el magnesio, incluso en forma de suplemento y hacer un déficit.
A esto se suma la homeostasis: no todos necesitamos lo mismo. A mayor gasto o agotamiento, mayor requerimiento para mantener el equilibrio. No es lo mismo alguien de 70 años con hipertensión y medicación que reduce la absorción, que una persona joven sin enfermedades; tampoco es lo mismo alguien con estrés alto, cortisol elevado, ansiedad o calambres que otra persona mejor equilibrada. Usamos magnesio para producir energía, sintetizar proteínas, estabilizar el ADN, contraer y relajar músculos, mantener el ritmo cardíaco y regular la excitabilidad neuronal: si falta, todo eso se resiente.
Los mecanismos del envejecimiento que el magnesio ayuda a moderar
El primero es la inflamación crónica o “inflammaging”. Cuando falta magnesio aumentan mediadores como interleuquina-1 y TNF-alfa, sube la proteína C reactiva y se genera un entorno proinflamatorio que acelera tu edad biológica. Además, crece la agregación plaquetaria, con impacto directo en tu riesgo cardiovascular. Lo interesante es que, cuando hay déficit, suplementar corrige parte de ese estado inflamatorio.
El segundo es la microbiota y la barrera intestinal. Dietas bajas en magnesio alteran la flora, reducen bacterias beneficiosas y aumentan la permeabilidad intestinal, independientemente de otros cambios en la dieta. Lo inverso también sucede: si te falta y suplementás, suele mejorar el perfil bacteriano asociado a salud intestinal y equilibrio metabólico.
El tercero es la senescencia celular: las “células zombie” que dejan de cumplir su función, se acumulan y dañan a las vecinas. Con déficit de magnesio, esa acumulación se acelera. Aun así, vale recordar la hormesis: pequeños momentos de déficit pueden actuar como estímulo adaptativo, igual que pasa con el ejercicio o el estrés oxidativo; no querés un “plano perfecto” e inmutable, sino un equilibrio dinámico.
El cuarto es el sensado nutricional y la insulina. La decisión de una célula de reproducirse o mantenerse depende de rutas que involucran magnesio. Con menos magnesio, aumenta el riesgo de diabetes manteniendo iguales las demás variables, y la hiperglucemia o hiperinsulinemia sostenidas agotan tus reservas de magnesio, cerrando un círculo vicioso.
El quinto es la energía mitocondrial. Un tercio del magnesio corporal está asociado al ATP, la moneda energética. Si falta, producís menos energía y aumenta la generación de radicales libres. Cuando hay déficit y suplementás, suele disminuir la oxidación y mejorar levemente la producción energética. Y, no: un suplemento no compensa una mala alimentación, dormir mal y no moverte. Todo eso sigue siendo central para producir energía también.
Cardiovascular: más allá de “evitar infartos”
El endotelio, la capa más interna de tus arterias, regula qué sale de la sangre hacia los tejidos, la fluidez y viscosidad, el tono vascular y la respuesta inmune. Cuando se daña, aumenta la hipertensión, la inflamación y la ateroesclerosis. Mantener buenos niveles de magnesio ayuda a prevenir el endurecimiento de los vasos. El déficit incrementa la acumulación de lípidos en las células de la pared arterial como mecanismo defensivo frente a la oxidación que, justamente, crece porque faltaba magnesio. El magnesio también modula la producción de óxido nítrico, el metabolismo del LDL y la adhesión endotelial. Esto no significa que puedas ignorar el resto de los factores; significa que el déficit de magnesio vuelve todo lo demás más problemático.
Cómo usarlo según el escenario (y cuándo no suma)
La regla número uno es simple: primero asegurate de comer suficiente. Tomar “de más” por encima de lo normal no agrega beneficio salvo en situaciones puntuales. En hipertensos con bajo consumo, superar los 400 mg/día de magnesio elemental se asocia a descensos modestos de la presión (la sistólica baja algunos milímetros de mercurio y la diastólica también), pero ningún suplemento tiene la potencia de un fármaco antihipertensivo.
Para calambres, la evidencia es pobre. Ensayos con ~300 mg/día no mostraron mejoras tras semanas, y en ancianos, 900 mg de citrato de magnesio tampoco cambió el cuadro; suele haber mejores resultados revisando calcio o potasio, según el caso. Para rendimiento y recuperación muscular, el magnesio ayuda porque relaja la musculatura: en estudios se utilizaron 420 mg en hombres y 320 mg en mujeres, dos horas antes del ejercicio. Puede reducir el dolor post-esfuerzo, mejorar la performance y acelerar la recuperación, por eso tiene sentido en competencia (por ejemplo, una maratón).
Para glucosa e insulina, el magnesio sirve para mejorar los valores solo si está en déficit. Si ya estás en rango adecuado, excederte no cambia la glucemia y conviene usar otras estrategias específicas. En constipación funcional del adulto, necesitás sales poco absorbibles que atraigan agua hacia el intestino: óxido o citrato de magnesio entre 1 y 2 gramos (sí, gramos), y en algunas guías se indica óxido 500 mg tres veces al día para mejorar la frecuencia, la consistencia y la sensación de vaciado cuando vamos al baño.
En síndrome premenstrual, el magnesio funciona especialmente bien sobre los síntomas emocionales como irritabilidad o ansiedad. La combinación más efectiva probada es 250 mg de magnesio + 40 mg de vitamina C: por alguna razón, juntos superan a dosis mayores de cada uno por separado.
Para sueño, lo que buscamos es aumentar el magnesio en sistema nervioso. La opción más específica es el treonato de magnesio: 1 gramo por día (equivale a unos 75 mg de magnesio elemental) durante 21 días mostró mejoras en calidad, sueño profundo y REM, incluso en personas con trastornos del sueño, sin modificar necesariamente las horas totales. Si no conseguís treonato o se te va de presupuesto, el citrato de magnesio es una alternativa práctica, sobre todo en adultos mayores: entre 320 y 700 mg diarios por 60 días reduce la latencia (el tiempo que tardás en dormirte) en alrededor de 17 minutos, algo muy significativo si sueles quedarte dando vueltas en la cama; no está claro, eso sí, que aumente el total de horas dormidas.
Lo que haría hoy
Empezá siempre por tu alimentación y asegurate de que tu ingesta diaria de magnesio supere el mínimo de manera consistente. Con Pulso AI podés medir fácilmente cuántos nutrientes consumís: solo necesitás sacar una foto a tu comida y la app te muestra el aporte de magnesio (y del resto de los nutrientes esenciales). De esa manera sabés si diariamente estás alcanzando el valor de magnesio, otros minerales y vitaminas que necesitás y es mucho más económico y práctico que medirlo en sangre de manera frecuente.
Además, separá el calcio del magnesio y alejá café, alcohol y bebidas dulces del momento en que consumís este mineral. Si podés, medí RBC magnesio; si no, construí una semana de comidas que te deje por encima del mínimo buscando recetas ricas en magnesio.
Y suplementá solo si hace falta y en la forma adecuada para tu objetivo: hipertensión con consumo bajo, recuperación puntual en una competencia, para constipación funcional usá óxido o citrato, para SPM magnesio con vitamina C, para sueño usá treonato o citrato según disponibilidad. Considerar bien el escenario, cuánto tomar y que tipo de magnesio tomar no es lo mismo que “tomar un suplemento porque sí”: es diseñar tu estrategia para comprar tiempo de calidad, que es, al final, lo más valioso que tenés.
Si te interesa ver el video completo, acá lo podés ver: